Sevilla: 3ª de feria. Apoteósico Roca Rey

El torero limeño cuaja a lo grande un bravo sexto toro de Cuvillo, le corta las orejas, pone a la gente de pie y levanta un larguísimo festejo que, a plaza llena, estaba hundido.

Sevilla, 3 may. (COLPISA, Barquerito)

Ficha del festejo:

  • Sevilla. 3ª de feria. Estival, algo ventoso. No hay billetes. 12.500 almas. Dos horas y tres cuartos de función.
  • Seis toros de Núñez del Cuvillo. Dos de ellos -3º bis y 5º bis-, sobreros.
  • Castella, silencio en los dos. Manzanares, saludos tras dos avisos y saludos. Roca Rey, saludos y dos orejas.
  • Dos certeros puyazos de Paco María al quinto bis. Muy completo en brega y banderillas Suso González.

Hubo que esperar dos horas para que la corrida de Cuvillo lo pareciera: de Cuvillo y de Sevilla, que es una de sus plazas. Los veterinarios habían desmantelado más de la mitad de los ocho toros enviados al primer reconocimiento y en la misma mañana se recompuso la corrida casi entera. Es probable que algunos de los toros de repuesto acusaran las secuelas del viaje –embarque y desembarque en corrales limitadísimos- y tres de ellos se vinieron abajo casi de salida, o claudicaron o perdieron las manos o enterraron pitones, o las cuatro cosas juntas.

El primero, muy protestado, se tuvo en pie y nada más. El tercero se trastabilló cuando salía huido del segundo puyazo y fue devuelto. El primer reserva, tercero bis, no se picó apenas. El cuarto, trotón o acalambrado, ligeramente descaderado, se arrodilló unas cuantas veces. El quinto, que salió con brío muy nervioso e hizo amago de galopar, se pegó dos costaladas y no tuvo paciencia el palco. Se abrió paso al segundo sobrero.

Y entonces empezó, a las ocho y media, una corrida de Cuvillo de las propias. El segundo sobrero, quinto bis, bravo en el caballo, dio muy buen juego. El sexto fue excelente. A ese toro le cortó las orejas Roca Rey al cabo de una faena más que trepidante, una formidable sacudida. Valor y descaro sin la menor reserva, ajuste, firmeza y temple impecables. La marca personal de esa ambición insaciable con que se retrata el torero peruano una tarde sí y otra también. Lo mismo da Sevilla que Sanlúcar de Barrameda, Pamplona que Logroño o Bilbao. La torrentera no cesa.

Y en cuanto asoma el toro que ve, y ha ido aprendiendo a ver y entender los toros a pasos de gigante, se pone en marcha como a resorte un sentido del toreo radical, imperioso. Incontestable. Como esa faena del octavo y último de la malograda corrida de Cuvillo, el que a las nueve y pico de la noche se puso a embestir muy en serio y por abajo, y a repetir y, sobre todo, a ser sometido resuelta y delicadamente por el poder cada vez más refinado de Roca Rey. Las tandas abundantes, de cinco y el de remate –el cambiado en circular o el de pecho-, y nunca menos; las variaciones de mano en series que se sucedieron con breves pausas que el toro precisaba porque, siendo delicado el trato, también lo fue de trabajar, y de qué manera.

Empapado en el engaño, el toro se avino al juego de Roca, que tenía por horizonte enroscarse con embestidas muy gobernadas. La apertura de faena, de rodillas y en tablas, tuvo aire temerario –una tanda en redondo y de rodillas, ligazón y el de pecho a pies juntos-, pero la temeridad, solo aparente, dio paso al toreo lleno de razones. La primera, sacar al toro de las rayas, de donde parecía no querer salir; y la segunda, engancharlo por delante y no dejarle ver sino una muleta de justas dimensiones que no permite esconderse.

En la cuarta tanda, levantado algo de viento, Roca se echó la muleta a la zurda y, ayudándose con la espada, cuajó una tanda extraordinaria. Para quienes discuten sus golpes de heterodoxia, el argumento clasicista irrebatible de esa serie, que volcó la plaza y puso a la gente de pie. Y luego hubo una segunda tanda dividida en dos mitades, al natural también, de soltura particular. El remate, un farol ligado con el de pecho, volvió a poner a la gente de pie. En catarata fue el final de faena: dos tandas de ovillos rehilados con la diestra, y la segunda de ellas, rematada con arrucina de alto riesgo y uno obligado de pecho sensacional. Solo faltaba que entrara la espada, que se le había ido de mano en el tercero, y ahora entró como de costumbre: en corto, por derecho, hasta el puño, letal. Dos orejas, se pidió el rabo y la vuelta para el toro. Apoteósico.

Tanta cosa hizo palidecer el resto de la fiesta, que antes de soltarse estaba bajo mínimos a pesar de que Roca dio también el callo, pero de otra manera con el primer sobrero, y de que el segundo de los seis titulares de Cuvillo se dejó hacer sin que Manzanares terminara de ponerse en serio. Castella, serenidad imponente, trató de tener el cuarto a pulso, pero le pidieron que cortara. El inválido primero no pudo ser. Y, en fin, Manzanares se empeñó en cortar tandas con el buen quinto bis, que mereció mucho más de lo recibido.

FIN